jueves, 1 de octubre de 2015

EL HOMBRE SE IMAGINA QUE YA SE CONOCE

EL HOMBRE SE IMAGINA QUE YA SE CONOCE
Por: Maurice Nicoll

Con el fin de renovar la fuerza y el sentimiento de este trabajo se ha de regresar siempre a los fundamentos que constituyen su fuente.

La última vez habíamos iniciado nuestra charla con una de las enseñanzas fundamentales en este trabajo —a saber, que este trabajo, en su aplicación práctica, comienza con la observación de sí.

Pero cuando el trabajo dice que es preciso empezar con la observación de si, no hay que dar por sentado que ya se conoce lo que significa la observación de si, con toda la profundidad de su significado.

A veces la gente dice: "Oh, si, en todo ello no hay nada de nuevo para mi.

Siempre me observé a mi mismo".

Y, no obstante, sigue siendo lo que es.

¿Por qué?

Porque se imaginan que ya conocen todo acerca de si mismos y que por eso no tienen necesidad del conocimiento de si.

Todo ello es ilusión, pura imaginación.

Imaginarse que uno se conoce a si mismo es ser esclavo de la poderosa ilusión que mantiene a la humanidad dormida.

Hablemos un momento de la imaginación.

Todos se imaginan que se conocen a si mismos.

Ahora bien, lo que es peculiar a la imaginación descansa en este hecho: que si uno imagina que es algo o tiene algo, ya no lo desea más.

Por ejemplo, si uno imagina que se conoce a si mismo, entonces no tratará de buscar lo que puede reportarle el conocimiento de si.

Por eso no hará un verdadero intento de practicar la observacion de si.

Se aceptará tal como presupone ser e imaginará que ya se conoce a si mismo.

Seguirá comportándose como siempre se comportó, imaginando que lo hace todo conscientemente.

En este caso nunca será capaz de entablar la lucha interior entre el Sí y el No que constituye la base del trabajo práctico sobre si y el origen del cambio de ser.

Ahora bien, es muy difícil discernir una sola cosa sobre sí mismo, y esto se debe a más de una razón.

Por ejemplo, es preciso que todo el movimiento natural de nosotros mismos cambie por completo de rumbo para que podamos observarnos.

En rigor de verdad, miramos a traves de nuestros sentidos externos el aspecto del mundo que ellos registran según sus muy limitados poderes.

Suponemos que ésta escena exterior registrada por los sentidos, llena de gente y de cosas, brillantemente coloreada, es la suma total de lo que llamamos lo real, o lo existente, o, en suma, la realidad.

Pero la realidad no está confinada al reducido alcance de los sentidos ni tampoco está fuera de nosotros, en el teatro de la vida.

Existe la realidad de nuestros pensamientos interiores y sentimientos y deseos y sufrimientos —es decir, hay una realidad todavía más real que la realidad exterior transmitida por los sentidos y que sólo puede ser ahondada por cada uno de nosotros.

La realidad exterior es común a todos nosotros.

Pero a la realidad interior sólo es posible acercarse individualmente.

Esta otra realidad, la realidad interior, a la cual cada persona tiene su propio acceso, descansa invisible dentro de nosotros.

El trabajo se aplica a esta invisible realidad interior en la que moramos psicológica o psíquicamente (esta confusión interior).

La ciencia, vuelta exteriormente, por la vía de los sentidos, trata de conquistar la naturaleza.

El trabajo se refiere a la conquista de si, al dominio de si.

Por eso empieza observando, no la naturaleza exterior, sino uno mismo.

Pero aquí surgen toda clase de dificultades psicológicas y a este respecto todos tenemos una vista muy defectuosa —es decir, la percepción interior que se distingue de la percepción exterior.


Y una de estas dificultades se debe a la imaginación.

Nos imaginamos que nos vemos y nos conocemos íntegramente, y es esto lo que nos impide despertar a la comprensión de lo que significa verdaderamente la observacion de si y de lo que quiere decir empezar a conocerse a si mismo.

Recordemos que el conocimiento de si se consideraba en la más remota antigüedad como el conocimiento más elevado.

Toda la enseñanza esotérica se refiere al conocimiento de si.

Maurice Nicoll




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